En noviembre de 2014, nos encontrábamos mi super compañera de viaje y yo en Nueva York preparándonos para abordar un avión de una reconocida línea aérea estadounidense, mi destino: Caracas-Venezuela. Es sabido por muchos que -para la fecha- el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar era uno de los más inseguros del mundo, no solo por no cumplir las normas internacionales de estándares aeroportuarios, sino por la magia que implica hacer desaparecer objetos de valor del equipaje que se transporta como carga, situación que ha obligado a muchos viajeros a ingeniarse rebuscadas estrategias para prevenir la incómoda situación de llegar a casa y encontrarse con la sorpresa que le faltan algunos artículos.
Miedo
Como buen viajero precavido, acomodé los artículos de más valor en mi equipaje de mano, dejando para el de carga lo de menor valor. Por alguna misteriosa razón de la vida, no logré encontrar los candados del equipaje de mano a tiempo antes de salir del hotel, pese a estar seguro de donde los había guardado y de no haberlos movido de lugar. Como esa maleta viajaría conmigo en cabina, pues ¿qué más da? ¡lleguemos temprano al aeropuerto!
Ya en el aeropuerto y tras esperar un tiempo prudente, somos llamados para el abordaje y justo antes de entrar al avión, uno de los sobrecargos nos informa que el equipaje de mano será enviado a carga por un exceso en cabina (cabe destacar que el avión venía de algún lugar de Europa y estaba haciendo escala en NY). Debo decir que “todo fue muy rápido”, porque en verdad lo fue. Por mi mente rápidamente transitó la imagen de unas maletas totalmente desprotegidas en el Aeropuerto de Maiquetía a merced de unos fulanos amigos de lo ajeno (creeme, fue bastante tormentoso).
No tuve tiempo de saltar muy bien de la negación a un pobre intento de negociación cuando ya nos habían quitado las maletas, colocado precintos de seguridad plásticos y enviado con el resto de la carga. Nos dicen que no nos preocupemos, que nuestro equipaje nos será entregado en nuestro destino final, Caracas (pero qué iba a entender ese gringo el peligro que significaba esa maleta sola en Maiquetía). Ya en el asiento, la depresión se hizo latente.
Reflexión
Al ver el rostro de mi compañera casi a punto de desbordarse en lágrimas, pensé que no tenía ningún sentido haber estudiado tanto sobre espiritualidad y seguir por tantos años a personas como Carlos Fraga y Julio Bevione si en este momento me dejaba arrastrar tan fácilmente por la posibilidad de perder mis posesiones a manos de gente que nunca iba a poder reclamar o denunciar dado los altos niveles de impunidad que se vivían en el país para el momento… una imagen que, en realidad, aún no se había materializado.
“Esa imagen, de momento existe sólo en nuestra mente”, le dije. “Con un vuelo de tres horas hasta Miami, una hora y tanto de escala y tres horas más hasta Caracas, será toda una tortura si seguimos el camino que nos marca el miedo”. Luego de esta reflexión, nos tranquilizamos un poco.
Aceptación
Aceptar que lo que ocurrió quedó en el pasado (así haya sido hace 15 minutos) y no se puede cambiar, te saca de la trampa mental de regodearte en el sentimiento de enojo, tristeza, frustración o cualquier otra emoción negativa -válida- a la hora de superar el obstáculo. Nada ganaríamos quedándonos allí, en esa emoción, sin siquiera saber si nuestros miedos -repito, válidos- se harían realidad.
Fe
Para mi, Fe es creer, aún cuando tus ojos te digan lo contrario y en ese momento decidí que no me iba a preocupar por algo que aún no había ocurrido y más aún, ni siquiera sabía si iba a pasar, y confiando en Dios, la Vida, el Universo, la Fuerza o en lo que quieras creer, decidí confiar en que en un mundo de infinitas posibilidades, algo favorable podía ocurrir.
Al llegar a Maiquetía, bajamos del avión, pasamos inmigración y a medida que nos acercabamos a la correa giratoria donde nos correspondía retirar el equipaje, mi corazón se acercaba con cada latido cada vez más a mi garganta. Largos minutos pasaron, maletas iban y venían, gente que las retiraba y se marchaba. Por mi mente cruzó la idea que la razón de la tardanza fuera que estuvieran abriendolas para sustraer lo que se les antojase antes de enviarlas a la correa, pero esta idea empezó a desvanecerse cuando de repente… dejaron de salir maletas.
Sólo quedamos aquellos que veníamos desde Nueva York (algunos con el miedo a flor de piel, si, ese miedo). Nos acercamos hasta donde se encontraba el personal de la aerolínea para averiguar qué había pasado con nuestro equipaje y unos minutos después la respuesta llegó.
Durante ese tiempo nunca dejé de creer que fuera lo que fuera que hubiera ocurrido, el resultado siempre sería favorable para nosotros, aunque en ese momento no tenía ni idea de qué podía ser.
Milagro
Durante la escala en Miami -más larga de lo esperado- una fuerte lluvia retrasó la salida del vuelo a Caracas. Durante ese tiempo agradecí y me sentí reconfortado de estar pasándola bien a pesar de mis miedos. Resulta que esa fuerte lluvia impidió al personal de la aerolínea cargar el equipaje que venía de Nueva York al avión que iba para Caracas. Así que sí, el equipaje nunca llegó a ese, uno de los aeropuertos más inseguros del mundo, el Simón Bolívar…
El personal de la aerolínea, muy amablemente nos solicitó llenar una forma en donde especificamos si queríamos retirar el equipaje al día siguiente o si preferíamos que nos lo enviaran a casa. Así que opté por la opción más cómoda y lo esperé en casa.
Las maletas llegaron al día siguiente muy bien aseguradas, sin un rasguño y -felizmente- con todo su contenido intacto. Al final, pese a mis miedos, decidí creer que había otros posibles desenlaces para la historia, muchos que ni siquiera podía imaginar, pero todos favorables para mi y al final uno muy raro sucedió, uno en el que el equipaje nunca pasó por esas supuestas manos en quien no confiaba.
Fe es creer que se puede aunque no sepas cómo, aunque todos te digan lo contrario, aunque las probabilidades estén en tu contra y aunque tus ojos vean otra cosa.
Por cierto, los candados estaban ahí donde los había guardado…
Enlaces:
- Web de Carlos Fraga
- Web de Julio Bevione
Referencias: